Habitualmente,
tanto los belalcazareños como todos aquellos que visitan nuestra localidad
suelen fijar su mirada en los monumentos más importantes de nuestro patrimonio
histórico-artístico, como el castillo de los Sotomayor y Zúñiga, el monasterio
de Santa Clara de la Columna, la iglesia de Santiago el Mayor o cualquiera de
las ermitas. Sin embargo, hay otros edificios que aun estando en una escala inferior
no dejan de ser importantes dentro de la historia de la localidad, ya que a
través de ellos se puede escribir también parte de la historia cotidiana de
nuestro pueblo. Es el caso de algunos edificios civiles como puentes, casas
señoriales, fuentes, o como la edificación en la que vamos a fijar nuestra
mirada: los antiguos lavaderos públicos
de Belalcázar, situados a los pies del castillo de los Sotomayor y Zúñiga.
Antes
de dar los datos que conocemos acerca de nuestros lavaderos vamos a realizar un
recorrido por algunos datos generales de lo que era “lavar”, en los lavaderos
públicos, en el siglo pasado hasta la aparición de la lavadora.
El término lavadero ya fue utilizado en
el siglo XVI y en las grandes urbes o villas pronto surgieron este tipo de
construcciones, de carácter público o privado, normalmente a orillas de ríos,
arroyos y fuentes. Pero fue en el siglo XIX cuando se preparan, tal y como los
conocemos actualmente, a orillas de ríos, arroyos y fuentes de las poblaciones.
No fue hasta principios del siglo XX
cuando se instituye en la mayoría de los
pueblos. No había pueblo de más de cincuenta vecinos que no luchase, en el
siglo pasado, por construir unos lavaderos, el único método conocido hasta ese
momento, hasta la aparición de la lavadora, para aliviar el dolor de las
espaldas de las mujeres que se pasaban horas arrodilladas en los
ríos frotando la ropa de la familia.
Hasta la década de los 50 del siglo XX,
fecha en la que se completa la red de abastecimiento de agua potable a los
domicilios y la red de alcantarillado de agua,
los lavaderos públicos son un lugar imprescindible en todas las
localidades, dado que hasta entonces no existía el agua corriente en las casas.
El lavado suponía una actividad complementaria para la economía familiar. Las familias y vecinos con posibilidades económicas encargaban el lavado de la ropa a vecinas con menos posibilidades. El lavadero era un lugar exclusivo de la mujer, un lugar donde se reunían y encontraban, charlaban, intercambiaban opiniones y comentarios, lejos de la intervención masculina, por lo que se convirtieron en verdaderos centros sociales en los que se comentaban los distintos acontecimientos acaecidos en el pueblo.
El lavado suponía una actividad complementaria para la economía familiar. Las familias y vecinos con posibilidades económicas encargaban el lavado de la ropa a vecinas con menos posibilidades. El lavadero era un lugar exclusivo de la mujer, un lugar donde se reunían y encontraban, charlaban, intercambiaban opiniones y comentarios, lejos de la intervención masculina, por lo que se convirtieron en verdaderos centros sociales en los que se comentaban los distintos acontecimientos acaecidos en el pueblo.
La actividad de lavar la ropa se desarrolló fundamentalmente en los pueblos, en los que existían familias con diferentes necesidades económicas lo que propició que muchas mujeres fuesen lavanderas. Había tres tipos de personas que realizaban tareas de lavado: las amas de casa, las lavanderas profesionales y las criadas de las familias pudientes que se encargaban de estos trabajos.
Asimismo, había tres tipos de lavaderos: el de pilas y pozo, el de canal de caño y el de arroyo, cada uno con unas características propias. Sin embargo con la llegada de la lavadora, que aunque se inventó en el año 1901 no llegó a los hogares de Occidente hasta los años setenta, los lavaderos quedaron relegados a un segundo plano.
Hacer
la colada, consistía en cuatro fases:
1.-
Remojado, que consistía en introducir la ropa en el agua y darle un primer
enjabonado.
2.-
Cocido, en esta fase se metía la ropa en agua tibia o hirviendo, a la que se le
echaba ceniza para blanquear la ropa. Posteriormente se colaba para dejar salir
el agua del recipiente.
3.-
Aclarado, se realizaba una vez que la ropa ya estuviera cocida, se dejaba
reposar y se llevaba al lavadero donde se le realizaba otro frotamiento con las
manos, y jabón para quitar las manchas que hubiese quedado.
4.-
Tendido, que consistía en tender la ropa en cuerdas atadas a unas estacas
dejando que se secara. En nuestro pueblo este paso también se conocía como
“verdear” la ropa.
Esto se realizaba una vez a la semana, que era la frecuencia con la que normalmente se lavada la ropa.
En
algunos pueblos todo este proceso se reducía, bien por prisa, o por pereza, a
dos procesos, lavado de la ropa en el lavadero directamente con agua y jabón y
posterior tendido, economizando los dos pasos del medio.
En los
lavaderos se usaban un tajo de jabón fabricado con grasas, aceites, sosa y
agua. Se utilizaba también lejía y azulete, que se llevaba en una tela atada
con un algodón y se movía en el agua antes de echar la ropa. Un material muy
usado era la ceniza, que actuaba a modo de lejía, usada para blanquear la ropa
en el proceso de cocido. Esta ceniza se sacaba de los restos de las propias
lumbres de los hogares.
También
se usaban cestos y canastos para el transporte de la ropa al lavadero,
normalmente eran de junco o de mimbre dependiendo de la región y de las
materias primas que tuvieran más disponibles. Estos objetos los solían transportar
bien en la cabeza como en la cadera y llegaban a pesar especialmente cuando la
ropa estaba húmeda. Algunos iban recubiertos por la parte interior de lino
grueso para evitar el contacto de los ropajes con la pared del canasto.
En su defecto el uso de baldes de zinc era también muy común.
Otros
instrumentos utilizados en las labores de lavado eran las tablas de lavadero.
Existían dos: de madera y de piedra. Por otra parte estaba la banqueta, que era
una especia de caja con dos partes: una sobre el suelo y otra para proteger las
rodillas de las lavanderas.
Estos
utensilios se transportaban hasta el río o lavadero, junto con el cesto de la
ropa sucia y el jabón. Una vez allí se elegía un sitio en el que hubiese un
poco de profundidad y corriente para que la suciedad no se quedase estancada.
Se coloca la tabla de lavar con una parte dentro del agua y detrás de la tabla
se pone la banqueta y de rodillas, la lavandera procede a mojar la ropa,
enjabonarla y a dejarla limpia.
LAVADEROS DE BELALCÁZAR
En muchos
de nuestros pueblos, todavía podemos encontrar, hoy día, lavaderos públicos,
aunque su función original ha cambiado, pasando de ser el lugar de encuentro
donde las mujeres iban a lavar, para convertirse en un bien etnográfico en la
mayoría de las localidades de España. Al igual que la gran mayoría de lavaderos
que se han conservado hasta la actualidad, el de Belalcázar es una construcción
al aire libre, cubierta de una techumbre y alimentada por una corriente de
agua, en este caso agua procedente de los alrededores del monasterio de Santa
Clara, caudal de agua que llega a través de unas galerías subterráneas (minas
de agua) a la Fuente de El Pilar, y de esta fuente a la alberca donde se ubican
los lavaderos.
Nuestros
lavaderos datan de dos épocas distintas,
dado que el pilón que recoge el agua es probable que esté fechado en el siglo XVI,
en el mismo período que la Fuente de El Pilar (1570); mientras que el resto del
edificio fue construido entre 1935 y 1938 aproximadamente.
Se cree
que estos lavaderos eran ya utilizados por los habitantes de Villacerrada,
pequeña población que se encontraba situada en el mismo emplazamiento que el
castillo (hasta la construcción de éste), para lavar la ropa. Del mismo modo,
es muy posible que tuvieran el mismo fin en la época en la que el castillo fue
habitable.
Fue
Manuel Pizarro Rodríguez, por aquel entonces alcalde de la localidad, quien
hacia el año 1935 mandó construirlos tal y como se han conocido hasta la
actualidad. El mencionado regidor los declara de utilidad pública y, a partir
de ese momento, son utilizados por las mujeres del pueblo para ir a lavar la
ropa. Su auge tuvo lugar en los años 50, dándose cita en ellos un gran número
de mujeres con su colada.
Los
lavaderos fueron restaurados por el Ayuntamiento en el año 2001, siendo alcalde
Vicente Torrico Gómez, ya que se encontraban en un estado de desuso y abandono.
Las obras cuyo presupuesto total ascendió a 5.580 €, consistieron en el arreglo de la cubierta, mediante la colocación
de tejas árabes, instalándose también vigas y tablas de madera. Además, se
renovó el suelo recuperando el primitivo de bolos. Asimismo, se procedió al
cambio de los batideros de las pilas, primitivamente de cemento, por unos de
granito y se procedió a la limpieza del estanque, al encalado de las paredes y
a la iluminación del recinto. Por otro lado, se le dotó de una cancela para
verlos desde el exterior, evitando de esta manera los actos vandálicos en los
mismos y preservando su conservación.
Según
explica Joaquín Chamero en su libro “Belalcázar en el Recuerdo”, acerca del
lavado de la ropa “según la época se optaba por distintos sitios para lavar la
ropa. En arroyos y cañadas cuando estos llevaban un caudal adecuado. En huertas
generalmente en verano. Casi siempre con frecuencia semanal. El proceso
constaba en lavar, verdear, aclarar y secar la ropa. La ropa de color sólo se
lavaba y se secaba. Los utensilios para esta actividad constaban de la panera
para llevar la ropa y lavar en ella, un cubo para coger agua y una rodilla para
transportar en la cabeza la panera con la ropa, aparte del jabón casero.
A lo
largo del curso de los arroyos que pasan por las cercanías de la población, los
lugares típicos donde se iba a lavar la ropa eran las piletas de Enmedio, el
rincón de Ramírez, la cañada de los Escalones, la cañada de la Adelfa, etc, y
fuera de los arroyos la huerta de Santa Marina, la huerta del Conejo, la fuente
del Recuerdo, la Fuente del Pilar, etc. La que lavaba en casa con el agua del
propio pozo, sin ir al arroyo o a la huerta, no la consideraban una mujer
limpia”.
La ropa
se lavaba usando el jabón casero que se hacía en cada casa. Sin duda una forma
de ahorrar y respetar de paso el medio ambiente, es la fabricación de jabón
casero utilizando el aceite usado de cocina.
Se
puede hacer utilizando sosa cáustica, pero una receta aún más ecológica es
con cenizas blancas de madera quemada, que posee unas características aún
más suave siendo más adecuado para nuestra piel evitando a su vez la
contaminación del agua.
Para evitar esta contaminación del agua, en el pleno del día 20-03-1935, se aprueba la publicación de un Edicto prohibiendo utilizar las fuentes para lavar la ropa a excepción de la fuente de los manaderos, que es la que está actualmente dentro de la piscina municipal.
Para evitar esta contaminación del agua, en el pleno del día 20-03-1935, se aprueba la publicación de un Edicto prohibiendo utilizar las fuentes para lavar la ropa a excepción de la fuente de los manaderos, que es la que está actualmente dentro de la piscina municipal.
Como
nota curiosa cabe mencionar que los primeros jabones de la historia utilizaban
las cenizas de las chimeneas, que contiene carbonato de sodio, tan válido como
la sosa cáustica.
Preparación
del jabón:
1.- Se recoge la ceniza de 5-6 kilos de leña y se
criba para eliminar los restos de madera no quemada totalmente, cogiendo solo
la ceniza blanca. Se coloca toda la ceniza en un cubo de plástico y se
añade un litro de agua aproximadamente. Se mezcla bien unos 10 minutos y después se deja reposar 1 o
2 días.
2.-
Comprobamos que la solución está lista para ser utilizada, para ello utilizamos
un huevo crudo. Si flota hasta la mitad,
entonces la solución está lista para ser utilizada. Si no flota, se debe
añadir más cenizas y esperar 1 o 2 días más y volverlo a intentar. La cantidad
de ceniza varía dependiendo del tipo de leña quemada.
3.-
Posteriormente se filtra la solución con un paño, también se le puede
añadir un poco de infusión de aroma de romero, tomillo, lavanda….y se añade al
aceite poco a poco a partes iguales aproximadamente, un litro de solución
por un poco menos de un litro de aceite.
4.-
Lentamente lo mezclamos, girando en el mismo sentido para que no se corte,
hasta que adquiere una contextura cremosa.
5.- A
continuación ponemos toda la mezcla en el recipiente metálico y la
calentamos en la estufa o fogón y dejamos hervir a fuego lento sin dejar
de moverla en el mismo sentido, hasta
que se vuelva mucho más espesa. Paramos cuando adquiera una contextura como de
jabón una hora después más o menos.
6.- Con
ayuda del papel indicador veremos el pH del jabón, debe ser de alrededor
de 10-12. En el caso de que haya exceso de solución original añadimos jugo
de limón, lentamente y mezclando, con cuidado pues si se añade mucho
estropeamos el jabón, hasta que el pH sea de alrededor de 8-9.
7-
Finalmente el jabón se coloca en un recipiente y cuando está duro se corta
a gusto. También se puede echar directamente en los moldes que más nos gusten y
dejar que se ponga dura.
Para
finalizar quisiera destacar que la puesta en valor de estas instalaciones y su
conservación, son una manera de contribuir a mantener vivos un modo de vida
tradicional desconocido para las nuevas generaciones pero que se convirtieron
para nuestros ascendientes en un modus vivendi en su vida diaria. Por eso, es
tarea de todos conservar este tipo de construcciones para que generaciones
venideras puedan comprender y apreciar la forma de vida de sus antepasados.
Autor: Carlos Quintana Vázquez.