miércoles, 7 de mayo de 2014

RINCÓN DE FRANCISCO JAVIER CANTADOR GARCÍA



BELALCÁZAR Y SU BÚSQUEDA DE EL DORADO

Sebastián Moyano quizás no sea tan conocido como Francisco Pizarro o Hernán Cortés, pero como ellos conquistó importantes territorios de lo que es hoy América fundando una veintena de ciudades entre las que destacan Quito, Guayaquil, Cali y Popayán.

Cuentan los historiadores que El Dorado cautivó su ambición -como la de otros muchos conquistadores- desde que unos indios embelesaron su mente detallándole que se trataba de una especie de paraíso donde los caminos estaban pavimentados con oro, un metal tan común en el lugar que parecía despreciarse, y donde los diamantes tenían el mismo valor para los nativos que cualquier piedra tirada en uno de esos caminos. Sebastián Moyano no es tan conocido como Hernán Cortés o Francisco Pizarro pero, como ellos, jugó un papel relevante en la conquista del entonces llamado Nuevo Mundo fundando además una veintena de ciudades entre las que destacan las ecuatorianas Quito y Guayaquil o las colombianas Cali y Popayán. Bautizado con ese apellido en 1490, lo cambió por el de la localidad que le vio nacer, Belalcázar [o Benalcázar, como también se conocía al municipio]. "La historia lo define como un hombre intrépido, aguerrido, fiero en el combate y que también buscaba la paz; no obstante, cuando tuvo que aplicar humanidad a sus actos también la aplicó", detalla Joaquín Chamero, autor local afincado en Leganés (Madrid) y que ha escrito De Los Pedroches a Indias, entre otras obras.

La memoria del conquistador se mantiene viva gracias a figuras pétreas repartidas por el mundo. Su pueblo natal le tiene dedicado un busto en una pequeña plaza ubicada a un costado de la iglesia parroquial de Santiago el Mayor, sita en una calle que también lleva su nombre. Buena parte de culpa de que el Belalcázar de piedra esté representado en Belalcázar municipio la tiene el propio Joaquín, promotor de la idea junto con el escultor -también nacido en la localidad de Los Pedroches y obligado a emigrar como él- Francisco Núñez y al ex trabajador municipal ya fallecido Ramón Mora. "Le propusimos la idea al entonces alcalde, José Blanco, y dijo que sí", cuenta.
"Nadie se puede imaginar lo que Sebastián de Belalcázar significa, por ejemplo, para los habitantes de Quito. Es un personaje muy grande fuera de España; lo he podido comprobar en mis viajes como integrante de las localidades del quinto centenario", apostilla el actual regidor municipal belalcazareño, Antonio Vigara. De esas palabras dan fe las importantes estatuas levantadas al fundador en Popayán -talla ecuestre- o Cali -de cuerpo entero-.

En principio no fue El Dorado sino la aventura de embarcarse a Indias lo que llevó a este experto en agricultura y ganadería al Nuevo Mundo. "Siempre se ha contado que decidió marcharse del pueblo con apenas 17 años por miedo a las represalias de su hermano mayor después de matar a palos a un burro que se atrancó cuando iba cargado de leña y que utilizaba su familia como herramienta de trabajo, pero yo me inclino más porque lo hizo por esa aventura extendida en aquella época de conocer el Nuevo Mundo", defiende Joaquín. "Ese conocimiento de agricultura y ganadería le ayudó mucho en las conquistas; siempre tenía excelentes piaras de cerdos para alimentar a sus hombres", resalta.

Unos historiadores cuentan que viajó a Sevilla, que tardó siete años en embarcarse después de alistarse para ello y que no esperó mucho tiempo para conseguir que lo nombraran capitán. La historia detalla que en 1524, Francisco Hernández de Córdoba lo llevó con ese cargo a la conquista de Nicaragua, tras la que fue nombrado alcalde de la ciudad de León, ocupación que ejerció durante tres años. "Más tarde se estableció en una especie de retiro del guerrero como gran hacendado en Panamá, donde prosperó hasta el punto de que en conquistas posteriores aportó caballos, barcos y hombres a la causa", insiste el historiador.

Otros historiadores explican que, por entonces, Panamá se convirtió en el foco más importante del continente americano, "y es muy probable que Sebastián de Belalcázar militase a las órdenes de Núñez de Balboa en su conocida expedición al Mar del Sur, iniciándose de esta manera una relación de amistad con los Pizarro y los Almagro. No obstante, su vida siguió siendo por esta época la de un simple guerrero y por tanto, oscura y envuelta en las aventuras propias de esta nueva invasión del nuevo continente", según relatan desde el foro Ben Humeya. Pero no pudo evitar caer en la tela de araña de ese deseo de encontrar la tierra prometida al conquistador, que mana leche y miel. El mito empezó en el año 1530 en los Andes de lo que hoy es Colombia, donde Gonzalo Jiménez de Quesada encontró por primera vez a los muiscas, una nación en lo que actualmente se conoce como el Altiplano Cundiboyacense. La historia de los rituales muiscas fue llevada a Quito por los hombres de Sebastián de Belalcázar y mezclada con otros rumores se formó allí la leyenda de El Dorado, habitado por el una raza de indios de ese color de piel comandados por un rey también dorado.

Pero ese deseo a veces costaba caro. En su época de alcalde de León ya empezó a degustar la hiel de las disputas internas que tenían entre sí los gobernadores españoles en las tierras conquistadas, circunstancia que le obligó a viajar a Honduras. "Con la mentalidad de hoy en día no se puede entender aquello. En nombre del rey, si había que cortar la cabeza se cortaba y ocurrieron verdaderas barbaridades como que un hijo de Diego de Almagro acuchillo al gran amigo de su padre y del propio Sebastián, Francisco Pizarro, o que a Núñez de Balboa lo decapitó su suegro", asevera el autor de De Los Pedroches a Indias.

En 1532 acudió a la llamada de su amigo de correrías colonizadoras Francisco Pizarro embarcándose en las costas de Perú para unirse a la expedición que preparaba el de Trujillo contra el imperio inca. También cuenta la historia que los fondos obtenidos en esas batallas le sirvieron para completar en 1534 la conquista de Quito -la ciudad más septentrional del imperio-, ciudad que antes de ser tomada sufrió el incendio del caudillo inca Rumiñahui tras enviar el tesoro del lugar hacia los Andes. En compañía de su también compañero de correrías colonizadoras Diego de Almagro fundó la nueva ciudad sobre las ruinas de la antigua población indígena bautizándola como San Francisco de Quito en honor a los misioneros franciscanos. De ahí que el escudo de la que es ahora la capital de Ecuador cuente con el tradicional cordón que adorna la vestimenta de la congregación que nació gracias al santo de Asís y que lleva siglos en la localidad que vio nacer al guerrero. "Hay cronistas que alaban al conquistador y otros que cuentan verdaderas barbaridades de él; muchas de las tropelías que se le achacan eran de sus lugartenientes, aunque eso no le exime a él de culpa, ya que era el jefe. Es cierto que pudo ser sanguinario con los indios, pero también lo fue con algunos españoles; en su defensa se puede destacar que las mujeres que tuvo y que le dieron hijos fueron indias", puntualiza Joaquín.

Para el cronista, ese comportamiento era normal en ese contexto en el que "los conquistadores españoles no se caracterizaban por ser los más sanguinarios; al contrario, eran los que en ese aspecto podían llevar la cabeza más alta, ya que fue el único pueblo invasor que elaboró una normativa en favor del pueblo invadido, las Leyes de Indias". Los libros de historia detallan asimismo que tras la fundación de Quito -que supuso además la construcción de una nueva ciudad, la distribución de sus solares, de las tierras y la formación del nuevo cabildo- trató de consolidar el dominio español sobre el territorio colindante siguiendo esa Ruta de El Dorado que no se le iba de la cabeza, para lo que se dirigió hacia la actual Colombia, penetrando por el río Cauca y fundando entre 1536 y 1537 Ampudia, Santiago de Cali, Neiva, Popayán y Guayaquil. Dos años más tarde cruzó el valle del río Magdalena junto a Gonzalo Jiménez de Quesada y el alemán Nicolás Federmann hasta atravesar las alturas centrales colombianas y entrar en Bogotá. "La primera ruta que siguió Sebastián de Belalcázar fue la de La Canela y de haberla continuado hubiera descubierto el Amazonas antes que Diego de Orellana; lo que ocurre es que desde que le hablaron del paraíso de El Dorado optó por su búsqueda", relata el autor belalcazareño.

Explican los cronistas colombianos que cuando Sebastián de Belalcázar llegó hace 472 años a lo que hoy es Cali, "lo primero que le llamó la atención fue el clima cálido y soleado, un perpetuo sol que les hacía quitarse a él y a sus hombres las armaduras y lanzarse a los ríos que la rodeaban. Luego, les asombró la belleza de las indias". Los cronistas afirman que eran muy dados a enamorar a las mujeres; "algunos llegaron a alardear de que dejaban un reguero de hijos por donde pasaban". También cuentan que para el conquistador, Cali fue "una de sus consentidas".

Según detalla un boletín informativo del Hospital Universitario del Valle -de Cali- la fundación de la ciudad todavía se confunde con la leyenda. "Belalcázar, que tuvo el heroísmo de atravesar montes y pantanos para buscar oro, fue un gran fundador de ciudades y uno de los más audaces conquistadores junto con Cortes, Pizarro y Quesada". Los cronistas aseveran que la fundó para tener un emplazamiento militar, destinado a vigilar la rabia de los indios tras el asesinato de Atahualpa a manos de Pizarro, cuya noticia había atravesado toda la Cordillera de los Andes. Otros historiadores, en cambio, dicen que fue para buscar un mejor acercamiento al Mar del Sur, hoy Océano Pacífico, tal y como puntualiza el boletín informativo. "Sea como sea, el conquistador español se encontró con una tierra fértil, llena de bosques, a la que pobló de animales domésticos, como los cerdos, que siempre traía consigo", concluye el informe.


Luego, en mayo de 1540 el rey Carlos I le nombró adelantado de España con el cargo de gobernador de Popayán y de un amplio territorio ubicado en las actuales Ecuador y Colombia. Esas propiedades le hicieron probar esa medicina del enfrentamiento con los gobernadores vecinos, especialmente con Pascual de Andagoya. Belalcázar fue mejor estratega y frenó las pretensiones territoriales de su vecino, ocupando además varias tierras de su rival. Ese tipo de enfrentamientos entre gobernadores marcó sus últimos años de vida tras ordenar en 1546 la ejecución de Jorge Robledo después de otra disputa territorial. Fue enjuiciado in absentia por el crimen y condenado a muerte. Apeló al rey, quien le concedió poder hacerlo por los servicios prestados, pero murió víctima de una enfermedad en 1551 en Cartagena de Indias antes de volver a España para defenderse.