BELALCÁZAR
Y SU BÚSQUEDA DE EL DORADO
Sebastián Moyano quizás no sea
tan conocido como Francisco Pizarro o Hernán Cortés, pero como ellos conquistó
importantes territorios de lo que es hoy América fundando una veintena de
ciudades entre las que destacan Quito, Guayaquil, Cali y Popayán.
Cuentan los historiadores que
El Dorado cautivó su ambición -como la de otros muchos conquistadores- desde
que unos indios embelesaron su mente detallándole que se trataba de una especie
de paraíso donde los caminos estaban pavimentados con oro, un metal tan común
en el lugar que parecía despreciarse, y donde los diamantes tenían el mismo
valor para los nativos que cualquier piedra tirada en uno de esos caminos.
Sebastián Moyano no es tan conocido como Hernán Cortés o Francisco Pizarro
pero, como ellos, jugó un papel relevante en la conquista del entonces llamado
Nuevo Mundo fundando además una veintena de ciudades entre las que destacan las
ecuatorianas Quito y Guayaquil o las colombianas Cali y Popayán. Bautizado con
ese apellido en 1490, lo cambió por el de la localidad que le vio nacer,
Belalcázar [o Benalcázar, como también se conocía al municipio]. "La
historia lo define como un hombre intrépido, aguerrido, fiero en el combate y
que también buscaba la paz; no obstante, cuando tuvo que aplicar humanidad a
sus actos también la aplicó", detalla Joaquín Chamero, autor local
afincado en Leganés (Madrid) y que ha escrito De Los Pedroches a Indias, entre
otras obras.
La memoria del conquistador se mantiene viva gracias a figuras pétreas repartidas por el mundo. Su pueblo natal le tiene dedicado un busto en una pequeña plaza ubicada a un costado de la iglesia parroquial de Santiago el Mayor, sita en una calle que también lleva su nombre. Buena parte de culpa de que el Belalcázar de piedra esté representado en Belalcázar municipio la tiene el propio Joaquín, promotor de la idea junto con el escultor -también nacido en la localidad de Los Pedroches y obligado a emigrar como él- Francisco Núñez y al ex trabajador municipal ya fallecido Ramón Mora. "Le propusimos la idea al entonces alcalde, José Blanco, y dijo que sí", cuenta.
"Nadie se puede imaginar lo que Sebastián de Belalcázar significa, por ejemplo, para los habitantes de Quito. Es un personaje muy grande fuera de España; lo he podido comprobar en mis viajes como integrante de las localidades del quinto centenario", apostilla el actual regidor municipal belalcazareño, Antonio Vigara. De esas palabras dan fe las importantes estatuas levantadas al fundador en Popayán -talla ecuestre- o Cali -de cuerpo entero-.
En principio no fue El Dorado
sino la aventura de embarcarse a Indias lo que llevó a este experto en
agricultura y ganadería al Nuevo Mundo. "Siempre se ha contado que decidió
marcharse del pueblo con apenas 17 años por miedo a las represalias de su
hermano mayor después de matar a palos a un burro que se atrancó cuando iba
cargado de leña y que utilizaba su familia como herramienta de trabajo, pero yo
me inclino más porque lo hizo por esa aventura extendida en aquella época de
conocer el Nuevo Mundo", defiende Joaquín. "Ese conocimiento de
agricultura y ganadería le ayudó mucho en las conquistas; siempre tenía
excelentes piaras de cerdos para alimentar a sus hombres", resalta.
Unos historiadores cuentan que
viajó a Sevilla, que tardó siete años en embarcarse después de alistarse para
ello y que no esperó mucho tiempo para conseguir que lo nombraran capitán. La
historia detalla que en 1524, Francisco Hernández de Córdoba lo llevó con ese
cargo a la conquista de Nicaragua, tras la que fue nombrado alcalde de la
ciudad de León, ocupación que ejerció durante tres años. "Más tarde se
estableció en una especie de retiro del guerrero como gran hacendado en Panamá,
donde prosperó hasta el punto de que en conquistas posteriores aportó caballos,
barcos y hombres a la causa", insiste el historiador.
Otros historiadores explican
que, por entonces, Panamá se convirtió en el foco más importante del continente
americano, "y es muy probable que Sebastián de Belalcázar militase a las
órdenes de Núñez de Balboa en su conocida expedición al Mar del Sur,
iniciándose de esta manera una relación de amistad con los Pizarro y los
Almagro. No obstante, su vida siguió siendo por esta época la de un simple
guerrero y por tanto, oscura y envuelta en las aventuras propias de esta nueva
invasión del nuevo continente", según relatan desde el foro Ben Humeya.
Pero no pudo evitar caer en la tela de araña de ese deseo de encontrar la
tierra prometida al conquistador, que mana leche y miel. El mito empezó en el
año 1530 en los Andes de lo que hoy es Colombia, donde Gonzalo Jiménez de
Quesada encontró por primera vez a los muiscas, una nación en lo que
actualmente se conoce como el Altiplano Cundiboyacense. La historia de los
rituales muiscas fue llevada a Quito por los hombres de Sebastián de Belalcázar
y mezclada con otros rumores se formó allí la leyenda de El Dorado, habitado
por el una raza de indios de ese color de piel comandados por un rey también
dorado.
Pero ese deseo a veces costaba
caro. En su época de alcalde de León ya empezó a degustar la hiel de las
disputas internas que tenían entre sí los gobernadores españoles en las tierras
conquistadas, circunstancia que le obligó a viajar a Honduras. "Con la
mentalidad de hoy en día no se puede entender aquello. En nombre del rey, si
había que cortar la cabeza se cortaba y ocurrieron verdaderas barbaridades como
que un hijo de Diego de Almagro acuchillo al gran amigo de su padre y del
propio Sebastián, Francisco Pizarro, o que a Núñez de Balboa lo decapitó su
suegro", asevera el autor de De Los Pedroches a Indias.
En 1532 acudió a la llamada de
su amigo de correrías colonizadoras Francisco Pizarro embarcándose en las
costas de Perú para unirse a la expedición que preparaba el de Trujillo contra
el imperio inca. También cuenta la historia que los fondos obtenidos en esas
batallas le sirvieron para completar en 1534 la conquista de Quito -la ciudad
más septentrional del imperio-, ciudad que antes de ser tomada sufrió el
incendio del caudillo inca Rumiñahui tras enviar el tesoro del lugar hacia los
Andes. En compañía de su también compañero de correrías colonizadoras Diego de
Almagro fundó la nueva ciudad sobre las ruinas de la antigua población indígena
bautizándola como San Francisco de Quito en honor a los misioneros
franciscanos. De ahí que el escudo de la que es ahora la capital de Ecuador
cuente con el tradicional cordón que adorna la vestimenta de la congregación
que nació gracias al santo de Asís y que lleva siglos en la localidad que vio
nacer al guerrero. "Hay cronistas que alaban al conquistador y otros que
cuentan verdaderas barbaridades de él; muchas de las tropelías que se le
achacan eran de sus lugartenientes, aunque eso no le exime a él de culpa, ya
que era el jefe. Es cierto que pudo ser sanguinario con los indios, pero
también lo fue con algunos españoles; en su defensa se puede destacar que las
mujeres que tuvo y que le dieron hijos fueron indias", puntualiza Joaquín.
Para el cronista, ese
comportamiento era normal en ese contexto en el que "los conquistadores
españoles no se caracterizaban por ser los más sanguinarios; al contrario, eran
los que en ese aspecto podían llevar la cabeza más alta, ya que fue el único
pueblo invasor que elaboró una normativa en favor del pueblo invadido, las
Leyes de Indias". Los libros de historia detallan asimismo que tras la
fundación de Quito -que supuso además la construcción de una nueva ciudad, la
distribución de sus solares, de las tierras y la formación del nuevo cabildo-
trató de consolidar el dominio español sobre el territorio colindante siguiendo
esa Ruta de El Dorado que no se le iba de la cabeza, para lo que se dirigió
hacia la actual Colombia, penetrando por el río Cauca y fundando entre 1536 y
1537 Ampudia, Santiago de Cali, Neiva, Popayán y Guayaquil. Dos años más tarde
cruzó el valle del río Magdalena junto a Gonzalo Jiménez de Quesada y el alemán
Nicolás Federmann hasta atravesar las alturas centrales colombianas y entrar en
Bogotá. "La primera ruta que siguió Sebastián de Belalcázar fue la de La
Canela y de haberla continuado hubiera descubierto el Amazonas antes que Diego
de Orellana; lo que ocurre es que desde que le hablaron del paraíso de El
Dorado optó por su búsqueda", relata el autor belalcazareño.
Explican los cronistas
colombianos que cuando Sebastián de Belalcázar llegó hace 472 años a lo que hoy
es Cali, "lo primero que le llamó la atención fue el clima cálido y
soleado, un perpetuo sol que les hacía quitarse a él y a sus hombres las
armaduras y lanzarse a los ríos que la rodeaban. Luego, les asombró la belleza
de las indias". Los cronistas afirman que eran muy dados a enamorar a las
mujeres; "algunos llegaron a alardear de que dejaban un reguero de hijos
por donde pasaban". También cuentan que para el conquistador, Cali fue
"una de sus consentidas".
Según detalla un boletín
informativo del Hospital Universitario del Valle -de Cali- la fundación de la
ciudad todavía se confunde con la leyenda. "Belalcázar, que tuvo el
heroísmo de atravesar montes y pantanos para buscar oro, fue un gran fundador
de ciudades y uno de los más audaces conquistadores junto con Cortes, Pizarro y
Quesada". Los cronistas aseveran que la fundó para tener un emplazamiento
militar, destinado a vigilar la rabia de los indios tras el asesinato de
Atahualpa a manos de Pizarro, cuya noticia había atravesado toda la Cordillera
de los Andes. Otros historiadores, en cambio, dicen que fue para buscar un
mejor acercamiento al Mar del Sur, hoy Océano Pacífico, tal y como puntualiza
el boletín informativo. "Sea como sea, el conquistador español se encontró
con una tierra fértil, llena de bosques, a la que pobló de animales domésticos,
como los cerdos, que siempre traía consigo", concluye el informe.
Luego, en mayo de 1540 el rey
Carlos I le nombró adelantado de España con el cargo de gobernador de Popayán y
de un amplio territorio ubicado en las actuales Ecuador y Colombia. Esas
propiedades le hicieron probar esa medicina del enfrentamiento con los
gobernadores vecinos, especialmente con Pascual de Andagoya. Belalcázar fue
mejor estratega y frenó las pretensiones territoriales de su vecino, ocupando
además varias tierras de su rival. Ese tipo de enfrentamientos entre
gobernadores marcó sus últimos años de vida tras ordenar en 1546 la ejecución
de Jorge Robledo después de otra disputa territorial. Fue enjuiciado in
absentia por el crimen y condenado a muerte. Apeló al rey, quien le concedió
poder hacerlo por los servicios prestados, pero murió víctima de una enfermedad
en 1551 en Cartagena de Indias antes de volver a España para defenderse.